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Desplastificar la humanidad: crisis de salud, urgencia de sentido

[ABRIL 2025]

Cambio de paradigma, psicodélicos y el compromiso en el camino a un retorno en salud. ¿Cuánto llega de afuera y cuánto debemos aportar con trabajo propio? ¿Qué parte nos toca hacer como soberanos de nuestras vidas?

Estamos asistiendo a un cambio de paradigma. Así lo demuestra el retorno al uso terapéutico de psicodélicos y enteógenos, las investigaciones científicas en salud en torno a estos y las incorporaciones en algunos centros de salud de tratamientos innovadores y hasta su legalización de alguno de ellos en determinados países. 

Los métodos para atender y curar la enfermedad desde la medicina alopática están quedando obsoletos. El sistema de salud está en jaque. 

Creo que es importante y necesario hablar de esto porque es urgente decirle no a la plastificación de la humanidad. A qué me refiero con esto:

A una humanidad domesticada, anestesiada, desensibilizada. Una humanidad que corre, produce, consume, pero ya no siente. Que vive de algoritmos, diagnósticos automáticos y vínculos cada vez más descartables. Que patologiza el dolor, cronifica el síntoma y medicaliza la angustia como si fueran errores del sistema en lugar de mensajes del alma.

La plastificación es la pérdida de lo vital. Es cuando el sufrimiento se convierte en un dato clínico y no en una experiencia humana. Es cuando el cuerpo deja de ser territorio de escucha para volverse objeto de intervención. Es cuando lo terapéutico se vacía de humanidad y se llena de protocolos.

Plastificar a la humanidad es negarle su complejidad, su contradicción, su ciclicidad, su derecho a sentirse mal sin ser considerado un problema.

Y esto lo vemos todos los días: en la forma en que se aborda la salud mental, en la medicalización de la infancia, en la exclusión de todo aquello que no entra en el modelo científico dominante.

“Sanar” no se trata de corregir un error ni volverse especial, es volverse real. Y ser real duele. Pero también libera.

Hoy la palabra “sanar” aparece en todos lados, como si fuera una mandato y hasta un producto más del mercado del bienestar. Se nos vende la sanación como performance espiritual. 

Sanar no es conquistar un estado elevado ni cumplir con un ideal de pureza emocional. Creo que sanar tiene que ver con devolverle al sufrimiento su dignidad. 

Y lo que necesitamos no siempre es un fármaco. A veces es un abrazo, una palabra verdadera, una ceremonia, una red de sostén. Necesitamos recuperar lo humano en lo terapéutico. Por esto estamos ante una crisis en la salud y en la salud mental, una crisis paradigmática. Hablar de psicodélicos, de enteógenos, de conciencia, de comunidad, de amor como fuerza terapéutica no es una moda: es un acto político.

 

¿Qué es un paradigma y por qué importa cuestionarlo?

Brevemente, es un “dicho matriz” que decide sobre nosotros, ya que es una forma de construir “LA” realidad y el lente a través del cual se la mira, pero que, por su misma naturaleza, no lo podemos vislumbrar como tal. 

En nuestro caso, nos enfocamos en el paradigma médico hegemónico asistencialista, el cual está obsoleto porque se centra en la enfermedad, como si no se tratara en realidad y, en todo caso, de “enfermos”. Es decir, personas que padecen dolencias o patologías. 

Este paradigma, además de ubicar todo el saber en el saber médico o de la ciencia médica, hace hincapié en los “problemas de salud” cuando en realidad los problemas son de enfermedad. Desde esta visión la salud está ubicada del lado del problema. La salud, entonces, es un problema a resolver y se piensa en la salud cuando ya está instalada la enfermedad. 

 

Por esto estamos ante una crisis en la salud y en la salud mental, una crisis paradigmática. Hablar de psicodélicos, de enteógenos, de conciencia, de comunidad, de amor como fuerza terapéutica no es una moda: es un acto político

 

Debemos detenernos en esto, ya que las palabras no son ingenuas. Cómo nombramos la realidad también hace a la construcción de esa realidad. 

En lo que respecta a la salud mental, la gente no tiene respuestas satisfactorias al padecimiento. Trabajando en el sistema de salud público hasta hace muy poco tiempo, puedo decir que tampoco se destinan suficientes recursos para dar otro tipo de respuesta que no sea la medicamentosa. Es decir, acallar el síntoma. Pero sabemos que lo que no entra por la puerta se mete por la ventana.

 

Tres olas, un mismo llamado

¿Qué nos quiere decir este regreso a los psicodélicos, o la llamada “tercera ola” que comienza a inicios del 2000? Para comprenderlo, es necesario mirar hacia atrás.

Brevemente, podemos decir que: la primera ola corresponde al uso ancestral y ceremonial de las llamadas plantas maestras por parte de pueblos originarios de distintas geografías. Estas medicinas eran —y siguen siendo— medios para cuidar la salud del alma y del vínculo con el entorno. Su uso no es recreativo ni individualista, sino profundamente relacional, animista y ritual.

La segunda ola se da a mediados del siglo XX, cuando psiquiatras, científicos y terapeutas occidentales comienzan a investigar el potencial terapéutico de sustancias psicoactivas. Estas investigaciones se combinaron con el auge del movimiento contracultural de los años 60. Sin embargo, en los años 70 Estados Unidos inicia la llamada guerra contra las drogas y con ella la etapa prohibicionista.

La tercera y actual ola, implica una recuperación crítica, ética y profesional del uso de psicodélicos en contextos terapéuticos, ceremoniales o de autoconocimiento. Y lo que vuelve no es una moda: es una respuesta a una crisis paradigmática. Frente a un modelo biomédico agotado, que medicaliza el sufrimiento y aísla al individuo de su contexto, emerge la necesidad de reconectar con lo esencial: el cuerpo, la naturaleza, el espíritu, los vínculos, la comunidad. 

Sin embargo, este regreso no está exento de riesgos, no es ingenuo ni despolitizado. Por eso, es necesario un abordaje ético, informado y consciente. Usar estas “llaves de la conciencia” implica no caer en el espejismo del marketing espiritual, ni convertir la experiencia psicodélica en turismo espiritual vacío. No se trata de acumular experiencias extraordinarias, sino de traducirlas en vida cotidiana, en relaciones más amorosas, en decisiones más coherentes, en una presencia más encarnada. La verdadera integración es vital, no escénica.

Tomando dimensión de esta crisis paradigmática, hoy no podemos seguir pensando “o ciencia o espiritualidad”, “o ciencia o chamanismo”; debemos dirigirnos hacia una mirada integral, no es “o” es “y”.

 

La tercera y actual ola, implica una recuperación crítica, ética y profesional del uso de psicodélicos en contextos terapéuticos, ceremoniales o de autoconocimiento.

 

Es urgente volver a mirar lo esencial en el ser humano porque es lo que nos sana, nos reconecta. 

 

La falta de amor como herida primaria

Recuerdo aún hoy, un día que estaba trabajando en la sala de internación del Servicio de Salud Mental del Hospital San José de Pergamino –en el que realicé mi residencia para la especialidad clínica y también me desempeñé como psicóloga de planta del área de adultos– Ese día fue pesado, había estado de guardia y luego de hacer varias entrevistas a los pacientes internados, escuchar relatos e historias de vida muy crudas y cargadas de hostilidad, llegué a la conclusión de que a fin de cuentas lo que enferma es la falta o ausencia de amor, traducida muchas veces en desamparo, desolación y múltiples formas de la violencia. Eso hace añicos el psiquismo de las personas, porque enajena, porque deja al sujeto en una posición absolutamente deshumanizante e indigna. Y me refiero aquí al amor no como un concepto romántico, sino como el pulso que nos enlaza y afirma en la vida. 

Hacer circular la palabra que aloja, una mirada compasiva, un gesto de ternura es muchas veces lo más reparador que podemos recibir. 

Volver a lo esencial también tiene que ver –y en realidad tiene todo que ver– con lo comunitario. ¿Por qué? Porque somos en esencia seres sociales, vinculares y la palabra es el vehículo del vínculo. Somos en vínculo y sanamos en vínculo. Es en el “entre” en el que la palabra tiene lugar y donde a través del amor podemos sanarnos, ya que el amor implica sublimar nuestros impulsos primarios y fuerzas destructivas en pos de dirigirlos hacia fines más elevados. Es  allí donde entran los cuidados, la empatía, hasta el conocimiento y el arte.

Entonces, si podemos recuperar esa condición comunitaria, podemos ayudarnos a vivir mejor. Y esta no es una idea “new age”. Se trata, nada más ni nada menos, que de nuestra dignidad. De rescatar un valor tan humano como la compasión. 

Creo que la sabiduría ancestral, la sabiduría de la tierra y de la naturaleza, con la que las comunidades y pueblos originarios estuvieron siempre en contacto, nos puede ayudar a recuperarnos y recuperar esos valores para sanarnos y promover bienestar con responsabilidad y autonomía. Es decir, con responsabilidad subjetiva y colectiva.

Esto claramente implica un cambio, una transformación en nuestra Conciencia. Y aquí también radica lo maravilloso de las medicinas de la tierra, porque justamente nos ayudan a despertar conciencia, ver más allá de lo que los paradigmas y mandatos sociales nos dicen que “es” la realidad. Pero el trabajo de mirarnos como individuos y como comunidad es una responsabilidad intransferible e insondable que no se la podemos dejar a cuentas de los psicodélicos y enteógenos. Debemos ser sujetos activos para ser soberanos.


por Daiana Dell Amico
Psicóloga, especialista en Clínica de adultos. Acompaña procesos integradores que une psicoanálisis, psicología transpersonal y medicinas ancestrales”.
@daianadellamico.psi

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