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¿Y si nuestra conciencia fuera independiente del cerebro?

[JUNIO 2025]
La hipótesis de la conciencia no-local plantea que nuestra mente podría existir más allá de la actividad cerebral. Exploramos las bases científicas, estudios y objeciones de un debate que recién comienza en la intersección ciencia-filosofía.
Mi camino emprendedor, que me acompaña hace más de 10 años, me ha llevado a viajar inmensamente por el mundo y con ello, he tenido la fortuna de conocer científicos y sabios de todos sus rincones. Conversaciones anónimas que se transformaron en propósito de vida. Todo esto fue la chispa, pero el combustible fue una profunda sensación de vacío, y la pandemia, actuando como libertadora de los yugos cotidianos, terminaron por generar incendio. De manera inexplicable, una pasión incontrolable por comprender nuestra propia conciencia se fue volviendo dueña de mi vida.
Toda la información estaba ahí, separada, dividida, como solemos hacer los seres humanos para estudiar las cosas. Pero nuestra manera de diseccionar el mundo suele causar el efecto del árbol que tapa el bosque. Cuando estás demasiado cerca no puedes observar el todo.
Por eso, como científico, me acerco para estudiar las cosas, pero con la experiencia he aprendido a no sacar conclusiones sin antes alejarme. Y luego de más de 5 años de investigación intensa, de estudio minucioso, de entrecruzamiento de datos entre disciplinas que no suelen tocarse, he llegado a conclusiones asombrosas sobre nuestra conciencia. Y mientras más me sumergía en la ciencia de la física cuántica, de la neurobiología, de la astrofísica, de la psicología y de la filosofía de la mente, más podía notar que por primera vez en la historia humana, ciencia y espiritualidad apuntan en la misma dirección. Y esa fue la materia prima del libro que acabo de escribir: Homo conscious, el ser humano consciente de su propia conciencia.
A lo largo de la historia, la humanidad ha etiquetado como “sobrenatural” aquello que la ciencia aún no lograba entender. En su momento, negamos la existencia de los microorganismos o de las ondas electromagnéticas. Estas limitaciones derivaron, en gran parte, del materialismo determinista que ha predominado en la ciencia. Ver para creer. Sin embargo, la pregunta persiste: ¿qué sucede si lo que llamamos “espíritu”, en forma de conciencia pura, es en realidad parte del orden natural del universo? Esta idea resuena en la célebre frase de Nikola Tesla: “El día en que la ciencia comience a estudiar los fenómenos no físicos, progresará más en una década que en todos los siglos anteriores de su existencia.”
Durante mucho tiempo, la conciencia fue considerada únicamente un subproducto del cerebro. Sin embargo, descubrimientos recientes en áreas como las experiencias cercanas a la muerte, la estructura fractal de los microtúbulos neuronales, la conformación matemática del universo, el estudio del ego psicológico y neurobiológico, nuestros avances en astrofísica y las teorías de la física y biología cuántica, sugieren algo revolucionario: la conciencia es no-local. Esto significa que no está confinada al espacio-tiempo definido por Einstein, sino que puede existir de forma independiente al cuerpo y al cerebro. Curiosamente, esta idea se asemeja a lo que las antiguas tradiciones llamaban espíritu.
“Somos nuestra conciencia, y nuestro cuerpo y cerebro son herramientas que la conciencia utiliza para experimentar el mundo físico.”
Lo que en épocas pasadas pudo considerarse una creencia religiosa, ahora emerge como una posible afirmación científica, abriendo una pregunta fascinante: ¿cómo se conecta una conciencia independiente con el cerebro?
Si bien es cierto que nuestro cerebro puede procesar e integrar toda la información que nos llega de los sentidos, puede pensar, imaginar, y hasta producir nuestra experiencia de vida, no podemos explicar cómo experimentamos su creación. Esto es lo que se llama el “problema difícil de la conciencia”. Es decir, si bien sabemos cómo nuestros sentidos transforman las señales que nos llegan del mundo exterior en actividad electroquímica (EEG y neurotransmisores), no sabemos cómo se transforma esa actividad en la experiencia que sentimos. Punto crucial porque la ciencia sigue confundiendo la actividad cerebral con la experiencia.
Las experiencias cercanas a la muerte arrojaron luz en este proceso. Personas con electrocardiograma y electroencefalograma lineal (es decir con corazón y cerebro detenidos), podían tener recuerdos vívidos y observaciones extracorpóreas corroboradas por los profesionales que estaban realizando el proceso de resucitación. ¿Cómo puede haber experiencia sin cerebro activo? ¿Cómo puede haber visión sin ojos? La explicación lógica es que una parte de la conciencia es independiente del cuerpo y del cerebro.
¿Y por qué medimos señales cerebrales durante nuestra experiencia de vida? Aquí debemos separar la conciencia cerebral, que se encarga de preparar al cuerpo para la experiencia, de la conciencia independiente que es quien observa la experiencia. Por eso, ahora vamos a sumergirnos en una perspectiva profundamente transformadora: el cerebro como proyector y la mente como pantalla holográfica.
Imaginemos una sala de cine. El proyector está en la cabina, toma información codificada (una película) y la lanza en forma de luz hacia una pantalla. Pero la historia, las imágenes, los colores… no están en el proyector. El proyector solo traduce y lanza. Tú, el espectador, estás frente a la pantalla. Ahora sustituye:
La película: estímulos del mundo externo + actividad interna del cuerpo.
El proyector: el cerebro (procesador de señales, asociaciones, memoria, sentido del yo).
La pantalla: mente (lugar donde la información proyectada se organiza como experiencia).
El espectador: la conciencia independiente, que observa desde el silencio detrás de todo.
La “realidad” que experimentamos no está afuera, ni siquiera “en” el cerebro. Está en la mente, como una proyección interpretada por el cerebro y vivida por la conciencia.
Aquí entra el modelo holográfico, propuesto por científicos como Karl Pribram y David Bohm. Sugieren que la mente funciona como una pantalla donde el cerebro proyecta un modelo del mundo, construido por patrones de interferencia, como un holograma. Entonces, el cerebro decodifica esas señales (ondas electromagnéticas, vibraciones del aire, moléculas químicas, repulsión electrostática) y las proyecta como experiencia sensorial (colores, sonidos, sabores, olores, tacto) en la mente. La mente es donde el mundo se “siente real”, aunque sea una reconstrucción interna.
Y nuestra conciencia independiente, no es el proyector, ni la pantalla, ni la película. Es quien está sentada en la sala, mirando esa película, a veces olvidando que es una proyección. Por eso, cuando recuerdas es cuando despiertas según los maestros espirituales: Esto no es la realidad, yo soy quien la observa.
Desde la neurobiología, el ego es la creación psíquica que le permite al cerebro diferenciar entre la realidad y el observador de esta. Desde la psicología, el ego son los programas con los que interpretamos la realidad, a los cuales le llamamos personalidad. Son las máscaras en formato de nombre, nacionalidad, ideología política, etc. que le permite al actor vivir la experiencia como un determinado personaje. Pero el actor, el verdadero “yo” es la conciencia independiente. La que solo es silenciosa, presente y eterna.

por Dr. Alberto N. Ramos Vernieri
Es bioquímico con doctorado y postdoctorados en biotecnología e inmunología. Ex investigador de CONICET y profesor universitario, cofundó laboratorios de transferencia tecnológica y es CSO de Untech (EE. UU.), donde lidera proyectos premiados por MIT, Forbes y Singularity U. Asesora también a la UE en innovación científica.